Viajé a Szeged a finales de mayo con una mochila cargada de expectativas y una maleta llena de incertidumbres. Tuve poco tiempo para tomar una decisión y mucho menos del que me habría gustado para prepararlo en condiciones: de una semana para la otra, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados.
Por cada dificultad que me encontré a la hora de emprender esta auténtica aventura siempre hubo alguien dispuesto a echar un cable. Si bien es cierto que iba sola en el avión, la colaboración, paciencia y cariño de mucha gente me llevaron de la mano a Hungría.
Iba con la idea de que la llegada sería complicada y tendría que acostumbrarme a la nueva rutina, pero la verdad es que me adapté casi enseguida. Tras diez días de cuarentena en los que mis nuevas compañeras se aseguraron de que tuviera todo lo que necesitaba, salí a conocer la ciudad y me enamoré al instante. Está llena de verde y árboles, de plazas con encanto, de art nouveau en casi cada edificio y flores con colores tan vibrantes como la luz del sol, tan parecida allí a la de mi Sevilla natal.
Junio fue el mes de explorar. Aparte de aprender a moverme por allí, fui conociendo al resto de voluntarias e integrantes de la oficina y tuvimos la oportunidad de hablar de nuestros países y aprender de los de las demás durante la Intercultural Evening, donde además probamos platos típicos de cada nación. Tras atiborrarme a cous cous y pizza napolitana, llegué a casa con el tiempo justo de preparar una mochila para Budapest. Pasé cuatro días allí con María, una amiga mía que también estaba de voluntariado en la misma oficina; disfrutar con ella de la capital de Hungría fue una de tantas vivencias maravillosas que me ofrecieron este proyecto.
El resto del mes, así como julio, pasaron en un parpadeo. Hubo mucho trabajo de por medio para preparar los dos campamentos de verano. No obstante, todo el esfuerzo y la ilusión invertidas hicieron que la recompensa supiera mejor: la participación fue genial, ambos grupos aprendieron mucho y todos los involucrados aportaron su granito de arena para que la experiencia fuera inolvidable.
Sabía cuando me fui que aprendería bastante de Hungría, un país hasta ahora desconocido para mí. Lo que no sabía era lo mucho que aprendería de Algeria, Italia, Grecia y Jordania de la mano de mis compañeras de voluntariado, y lo que ni siquiera llegué a imaginarme es lo mucho que crecería como persona en tan sólo dos meses.
Tuve poco tiempo para tomar una decisión, y a toro pasado me alegra poder afirmar que fue la correcta. Köszönöm szépen, Szeged. Viszlát.