Experiencia del Cuerpo Europeo de Solidaridad

Experiencia de Sofía en Braga, Portugal

Nunca más seré de un único lugar 
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Mi experiencia

Empecé esta experiencia con muchas dudas. Mi perfil, por edad y carrera profesional, no es el más habitual en el Cuerpo Europeo de Solidaridad. Atravesé desiertos de “y si hubiera tomado otra decisión” y “si hubiera optado por otro destino. Un año después, mi tiempo en Braga (Portugal) ha terminado con muchas más alegrías que tristezas. 

El mayor regalo de este año ha sido el tiempo. Reconquistar la vida, la propia, desde un espacio de pausa. La prisa, como decía Carmen Martín Gaite, se te mete por dentro y no hay quien la arranque. Del otro lado de la balanza, lo más complicado: la aceptación de lo que significa hacer trabajo social. Exige una mirada larga, paciente y espantar las sombras de la frustración y de los “para qué”. 

¿En qué ha sido útil? ¿En qué ha servido a los demás, aparte de a mí misma? Esa es la pregunta más difícil de responder. La mayoría de las personas que he conocido en este programa llegaban con motivaciones variadas, personales y profesionales, pero nos unía la garra por empujar y formar parte del cambio social. Sea lo que sea eso para cada quien. 

Los cambios son lentos y normalmente están marcados por las dificultades. Nadie llegó para salvar a nadie (y menos mal) sino más bien para acompañar, facilitar herramientas y favorecer una mayor autonomía para todos los seres humanos. En ese proceso emergen muchas preguntas y aparecen contradicciones, prejuicios, cuestiones culturales arraigadas de las que ni éramos conscientes… Al fin, una experiencia que, también una vez terminada, anima a la reflexión desde muchos ángulos. 

El Cuerpo Europeo de Solidaridad (ESC, por sus siglas en inglés) es un programa tan fantástico como desconocido. Al menos en el sur de Europa y en España concretamente. Tampoco va mucho con nosotros, españoles, eso de tomar años sabáticos para pausar la productividad enfermiza de un mundo capitalista igualmente enfermo. 

De este tiempo, para finalizar, me llevo una gran alegría: descubrir con ojos sorprendidos, como si nunca hubiera estado ahí, al otro lado de la frontera, a un país hermano. Acogedor siempre, con una calma contagiosa y linda, rico en paisajes y cultura, con los mejores dulces y una lengua llena de matices finísimos a las que otras no llegan. También me llevo algo para siempre muy hermoso. Nunca más seré de un único lugar.

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